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Influencias Literarias

_______________________________Rosa Carmen Ángeles.

Leer un buen libro o ver una buena película es vivir y participar de la aventura. La literatura y el cine transforman, pulen y dan esplendor. "Nadie es el mismo después de haber leído un libro o visto una película", decía una mujer que fue profesora mía. Una vez yo tuve un amigo que después de conocer On the road, aquella obra de Jack Kerouac que comienza con "Conocí a Dean poco después de que mi mujer y yo nos separásemos...", se entusiasmó tanto con el texto y con el personaje que abandonó familia, abandonó carrera y trabajo, para lanzarse a las carreteras, vivir del aventón, andar todos los días completamente borracho y posteriormente escribir una novela que comenzaba: "Conocí a Dean poco después de que mi mujer y yo nos separásemos...". Aquí sí que la literatura cambió completamente una vida.

A veces, el tema literario resulta tan impresionante que no sólo trastorna las rutinas de la gente sino la historia misma; como sucedió en la Edad Media española en la que todos los que tuvieron acceso a la lectura y conocieron las novelas de caballería - el Amadis de Gaula y todas las refundiciones que se hicieron sobre esta obra -, hechizados por el espejismo de las bellas letras tomaron sus armaduras y sus rifles y se lanzaron a la batalla contra indios americanos e inofensivos que no sabían nada de literatura occidental y, mucho menos, de los trastornos psicológicos y existenciales del hombre europeo. De igual manera, a fuerza de leer tantas veces Las Sergas de Esplandián, Cortés el conquistador bautizó con el nombre de California a la península mexicana.

Verdad es que el cine cobra, también, sus víctimas. Una de las películas que más cicatrices dejó en mi vida fue Lo que el viento se llevó. La primera vez que la vi tenía 13 años y fue en un cine de barrio, un día de matiné en el que mis compañeras de secundaria y yo nos fuimos de pinta. Las luces se apagaron y apareció Scarlett O'Hara toda glamorosa en un garden-party con un vestido vaporoso en azules y rosas. Guapísima. Pero a pesar de lucir increíble de tan bella, una de mis amigas, la que estaba sentada al lado mío, comento: "¡Qué espanto! Tiene bigotes. Ni de broma me gustaría parecerme a esa mujer en toda mi vida". La película seguía y yo me encontraba bastante confundida, porque todo, a mi parecer, era una maravilla, mientras que mi vecina de asiento se la pasaba haciendo críticas atroces a la protagonista, lo que en un momento me hizo pensar que tal vez yo estaba tonta, ya que todo me parecía adorable: la película, la riqueza, el esplendor, la aventura, los guapos galanes, todo. De repente surgió la escena en donde aparecen bailando Vivien Leigh y Clark Gable y me sentí poseída: era yo la que bailaba con Rhet Butler, hasta que, de repente un grito me sacó de mi burbuja: "Ese Clark Gable es joto" (atrás había otro que se moría de la envidia).

La impresión que causó en mí Lo que el viento se llevó fue tremenda: durante días enteros, yo que siempre he tenido cara de Andy Panda, quise entonces parecerme a Scarlett O'Hara, hasta que comencé a adquirir actitudes heroicas. Por ejemplo, si mi mamá hacía de comer albóndigas, miraba el plato con desdén, hacía mueca de asco, corría a mi cuarto y dejaba abandonado en la mesa el plato con albóndigas. Si la gente me decía "verde", yo ponía cara de ofendida, decía "rojo", hacía pucheros, berrinche y los dejaba con la palabra en la boca. A mi hermana (¡pobre!) la consideré, por algunos días, Olivia de Havilland y le retiré el habla. Me comportaba, según yo, como lo haría Scarlett O'Hara en una versión mejorada de Gone with the wind. Hasta un día en que me sirvieron un plato de enchiladas, hice cara de disgusto y lancé las enchiladas al piso, porque Scarlett O'Hara nunca comería enchiladas. Mi mamá, quien de mis desplantes ya estaba hasta el moño, agarró un cuero y me pegó. Las películas siguieron influyendo sobre m¡, pero, que yo recuerde, Gone with the wind fue la que dejó más huella.

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