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"La estoy anotando con 150 pesos como cooperación para la comida del cumpleaños del director”, me avisó un día el arbitrario subdirector de un colegio del que fui profesora. Y aunque era evidente que el barbero viejo hacía todo aquello para quedar bien sólo él, los que integrábamos el personal docente trinábamos porque nuestras quincenas quedarían reducidas a ridículas cantidades; sin embargo, el subdirector lo había pedido en un tono tan chantajista que no dio pie a negativa alguna.
Sólo una de mis compañeras se libró de aquel engorroso requerimiento cuando contestó de la manera más cortés: “¡Una fiesta para el director! ¡Qué amables en invitarme! Pero desgraciadamente tengo otros compromisos sociales y económicos”. Y fue así como, desde entonces, yo sigo su ejemplo.
“En una ocasión en que me encontraba muy arreglada para asistir a una fiesta, la anfitriona de ésta me telefoneó para que pasara a la gasolinera a comprar una bolsa de hielo. Pero como me negué de una manera abrupta, la mujer se molestó muchísimo y cuando llegué ya no me quiso abrir la puerta”, se quejaba mi amiga Marina. Desgraciadamente, así son las cosas; aunque nos asista el derecho de dar una respuesta negativa, para no echarnos enemigos o ser descorteses preferimos andar cumpliendo tareas que nos resultan molestas. Y es que una acción contraria produce resultados funestos.
Por ejemplo, tuve un jefe el cual siempre necesitaba que alguien le hiciera labores extras: “Se lo pido a usted porque es buenísima desempeñando este trabajo; de no ser así, se lo pediría a otra persona”, me decía. Pero en cuanto le insinuaba la urgencia de un aumento de sueldo para mí, se hacía el loco y argumentaba: “Caray, lamento que tenga ese problema”.
Por eso, en una ocasión en que comenzó diciendo: “Se lo pido a usted porque es buenísima desempeñando... etcétera”, le respondí: “Usted es un jefe muy justo y sé que me encarga esta misión porque confía en mí, pero de veras, tengo demasiadas tareas pendientes”. Eso fue suficiente: se puso furioso y al poco tiempo dejé de trabajar en la empresa.
De igual manera una extranjera encajosa, quien vive es este país, y a la que muchos compañeros de trabajo miramos con cierta lástima, saca partido valiéndose de la amistad y de ese miedo que todos tenemos a decir “no” para no herir susceptibilidades. Por ejemplo, si no tiene ganas de trabajas, le pide a alguien que imparta su clase por ella y si ese alguien se rehusa, entonces pone cara como de que la están estafando e invoca a la amistad que aquella persona le debe. Y como además le da por vender artesanías traídas de su país, siempre se encaja colocándolas a precio de oro entre “sus amigos”. Afortunadamente, yo ya no le hablo.
Otra que también resultaba buenísima para salir de apuros en circunstancias parecidas era mi hermana: me acuerdo que cuando mi madre pedía que ayudáramos con los quehaceres de la casa, yo inmediatamente arrugaba la nariz, respondía que no y armaba escándalo; pero como represalia de todo esto, me pegaban; sin embargo, mi hermana sólo necesitaba decir: “Está bien, enseguida lo hago; nada más espérame 15 minutos”. Se iba a la calle a jugar, pasaba casi como una hora y ya cuando regresaba envuelta en sudor, a nuestra mamá se le había olvidado lo que le había encargado y mi hermana se iba a acostar a la cama o a mirar la tele.
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