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Una Costumbre Subversiva

_______________________________Rosa Carmen Ángeles.

Siempre me he levantado temprano. Desde que nací (a las 5:30 de la madrugada) y era una pequeña niña, cuadrada y roja.

Como el ciego que nada m s intuye que va a aparecer el sol, brinco de la cama, abro la ventana y me pongo a hacer ejercicio; y esto sucede mucho antes que actúen los microbuseros, los metreros y los barrenderos, muy tempranito; o sea, a las 3:45 de la consabida madrugada.

Sin embargo, recuerdo que en mi infancia no sucedía exacta-mente así, ya que me levantaba temprano a fuerzas; como me bañaba desde la noche anterior, todavía, mientras estaba yo dormida, mi mamá me ponía una calceta, luego la otra, posteriormente el uniforme escolar y después los zapatos; el chocolate me lo tomaba, mientras roncaba, con un popote.

Creo que la culpa de que me levante temprano, casi cuando la aurora llega a tocar mi ventanita con sus rosados dedos, la tiene El Diablo, un novio que tuve y al que, además de no importarle traerme loca, le importaba muy poco levantarme temprano. El Diablo decía: "Paso por ti a las 6:00 y en cuanto te chifle sales". Al Diablo le interesaba llegar temprano a la clase de latín, porque su profesor ya lo había agarrado de encargo. Al principio de aquella ‚poca me daba mucho trabajo despertar y levantarme: todas las cosas se aparecían frente a m¡ con un montón de colores chillones, me daba trabajo reconocer exactamente cuál era la izquierda y cuál la derecha y cuáles los cuatro puntos cardinales y, como consecuencia, me sacaba la lengua y me ponía a hacer otras gesticulaciones frente al espejo. En esa época me acostaba tarde y me levantaba temprano, por eso siempre traía una cara patética y exhibía un molestísimo mal humor. "¿Qué te pasa? ¿Por qué pones esa cara de pena?" Todavía me preguntaba El Demonio, pero El Chamuco nunca escuchó de mis labios un reproche; tal vez porque sólo podía responder con extraños sonidos guturales. Ese Diablo era una fuente inagotable de poder, tal vez por lo mismo me echó la maldición. ("¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! ¡cómo me duele...")

Cuando fue la ‚poca del terremoto me fui a vivir muy lejos; entonces estudiaba también en la universidad y, durante el día, tomaba nueve camiones (cuatro para irme y cinco para regresar), por lo mismo también en esa ‚poca me levantaba temprano y, tanto de ida como de regreso, en varios autobuses iba durmiendo sobre el hombro del vecino, al grado que el pasajero no sabía cómo deshacerse de m¡.

En tiempos pasados, como a eso de las 4 de la madrugada, todo me hacía sentir que en mi casa y en la calle entera vibraba un silencio de muerte y me daba por poner discos a todo volumen, además de que movía armarios, abría cajones y se me ocurría despertar a todos los de mi casa. "¿Quieres callarte?", Me gritaban. "¿Por qué te empeñas en ser pájaro madrugador?" Hasta que estuve a punto de que me corrieran tanto vecinos como la familia.

En España, levantarse temprano es levantarse a las nueve de la mañana y, por mi parte, est‚ donde est‚, yo siento que las sábanas me empiezan a picar el cuerpo a las cinco de la madrugada. Cuando, el gallego que era mi marido me preguntaba cuál era la razón de que me despertara tan de "madrugadita" yo, tratando de hacerme la interesante, contestaba que por cuestiones brujeriles: que aquellas eran buenas horas para intentar materializar todo aquello que los demás consideraban inmaterial. Muy asustado, el gallego hizo las maletas y, por un tiempo, se exilió de la casa.

Para despertar tomo cinco tazas de rico café‚; a las 10 de la mañana, para que no me agarre el sueño, me tomo dos capuchinos, a la hora de la comida un exprés, y funciono perfectamente, aunque, eso sí, por las noches, para poder conciliar el sueño, me hace falta tomar tres váliums. Creo que mejor me voy a vivir al campo. O a un hospital.

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